La mayor aportación a la cultura contemporánea europea la constituyen, sin duda, Grecia y Roma en materia de lengua, arte, política, infraestructura, etc. En aquella época Europa estaba sometida al dominio del Imperio Romano de forma casi exclusiva, aunque algunas zonas tales como el este, norte y centro de Europa, incluidas las islas de Gran Bretaña e Irlanda -Albión y Eire- formaban parte de otro mundo. Un mundo que habitaban los pueblos que griegos y romanos llamaron "Bárbaros", término con el que simplemente querían decir "los otros", los que no pertenecen al mundo civilizado.
Durante siglos, se ha prestado poca atención a la parte del pasado que procede de la cultura "bárbara", por parte de los herederos del esplendor greco-romano . Esa parte de las raíces de Europa que ha permanecido olvidada, aunque todavía hoy se puede percibir su influencia, es la cultura celta. Pero esa falta de atención a una parte importante de la más remota cultura europea no se debe únicamente a que nos haya cegado la importancia y riqueza de los restos de la cultura greco-romana, sino también a las peculiares características del mundo celta.
Este pueblo realizó una extensa emigración desde su origen (aún bastante incierto), en Europa Oriental y Cercano Oriente, a través de toda Europa dejando a su paso la marca de su presencia en su largo peregrinaje. La franja territorial que ocuparon los pueblos celtas, comprendía las Islas Británicas (Irlanda, Escocia, Isla de Man, Gales y Cornualles, suroeste de Inglaterra), noroeste de Francia (Bretones), el noroeste y centro de España (Galaicos y Celtíberos), Suiza y la Selva Negra en Alemania, aunque, con el tiempo, su expansión se extendió hacia zonas más orientales e incluso al continente asiático.
Los celtas no construyeron grandes templos ni palacios; sus ciudades fueron poco más que aldeas fortificadas, tampoco realizaron grandes obras de arte que adornen nuestros museos. Y sin embargo, su influencia es profunda: como un río subterráneo, ha permanecido desde la Edad Media hasta el día de hoy, en el fondo de muchas costumbres y creencias, enriqueciendo el arte, la literatura y la música, pero por sobre todo alimentando la imaginación popular.
Tampoco legaron restos de escritura, sus sacerdotes, los druidas, consideraban que la escritura, mataba el espíritu vivo del conocimiento y es por esto que plasmaban sus creencias, costumbres y conocimientos, es decir, su historia, en forma de canciones y poesías, en leyendas y mitos que transmitían oralmente los bardos (poetas) de generación en generación.
La música celta se nutre principalmente de estos antiquísimos cuentos, canciones y leyendas tradicionales, conjuntamente con los instrumentos que se consideran tradicionales de esta música, como la gaita, el arpa, el violín, el bodhrán, la flauta etc. (ver Instrum.Trad.). Algunos se han ido adaptando e incorporando, conformando un sólido estilo musical, abierto a la vez a múltiples mezclas, influencias y mestizajes.
La música tradicional irlandesa generalmente puede agruparse en dos categorías: canciones y música de baile. Ambos géneros disfrutan de una gran popularidad en Irlanda, en especial, pero el segundo ha tenido una influencia muy importante en el desarrollo de la música folclórica norteamericana. Las canciones frecuentemente se interpretan a tempo distendido mientras el cantante añade elementos personales para realzar la melodía. Aunque existe un amplio repertorio de canciones humorísticas rimadas, el motivo principal de las letras es el amor no correspondido o con falsas promesas. Las más tradicionales están escritas y se interpretan en gaélico, la lengua vernácula de Irlanda.
Conrad C. O'Neill. Revista del Instituto de Estudios Genealógicos del Uruguay. Edición No.24 - Mayo 2001.
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